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Las bases de la alquimia.
Hechas estas
aclaraciones sobre el simbolismo alquímico, veamos en que fundamentaban los
alquimistas sus ideas sobre la transmutación de los metales.
La química
"clásica" proclama de una forma tajante la imposibilidad de la transmutación
de los metales... ¡pese a que la energía nuclear nos dice hoy en día que sí
es posible! Sin embargo, las ideas de los alquimistas eran al respecto muy
distintas de las de la química clásica. Para ellos, la naturaleza no se
componía de materias orgánicas e inorgánicas (las primeras vivas,
susceptibles a crecer y desarrollarse, y las segundas muertas e inertes),
sino que todo provenía de una única sustancia original.
"Y como quiera
que todas las cosas lo fueran por la contemplación de una sola, así también
todas las cosas surgieron de esta única cosa por un simple acto de
adaptación", reza la tabla de Esmeralda.
Bajo este
punto de vista, los metales eran considerados como diferentes estadios de un
mismo intento por alcanzar la perfección. Esta perfección eran los metales
nobles: el oro y la plata, y los demás metales no eran más que estadios
intermedios en el camino de esta perfección. Las creencias alquimistas
decían que la Naturaleza, en su constante trabajar, iba transformando
lentamente los metales viles en oro, en cuyo estadio se cerraba el proceso
hacia la perfección, y a partir de cuyo punto se reinvertía el camino,
convirtiéndose los metales nobles de nuevo en metales viles: de ahí
precisamente nació uno de las símbolos básicos de la Alquimia, la serpiente
que se muerde la cola (o serpiente Ouroboros, que más tarde fue transformada
en dragón), como significación de la eterna continuidad del proceso.
Este proceso
de ennoblecimiento y de envilecimiento hacía necesaria la posibilidad de la
transmutación. La Alquimia, por tanto, no iba contra la Naturaleza: lo único
que hacía era intentar ayudarla, acelerar el proceso, suprimir las etapas
intermedias y cambiar directamente los metales viles en oro y plata. Por
medio de un agente, una sustancia particular que accediera a la
transmutación, brusca y repentina de uno a otro extremo.
Este agente
era, naturalmente, la Piedra filosofal.

Ilustración
perteneciente al famoso "Ripley Scrowle", relación de los trabajos del
alquimista inglés Goerge Ripley. En ella podemos ver un objeto rojo
central que es la Piedra filosofal, circundada por una serie de escenas
que muestran las siete etapas mediante las cuales Ripley afirmaba que
podía llegar a ser conseguida, a partir de la sustancia representada por
el pequeño ser humano contenido en el matraz. Para ello, según sus
palabras, debía seguirse la operación siguiente: "Primero calcina, y
después corrompe, disuelve, destila, sublima, desciende y fija..." Las
experiencias alquímicas de Ripley le produjeron tal fortuna que se
permitía entregar anualmente cien mil libras a los Caballeros de San Juan
de Jerusalén. La obra fue editada en Lübeck en 1588.
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