LA ACCIÓN SIN IDEA
Nuestra acción ahora se basa en la idea.
Pero es totalmente posible y necesario actuar en todo momento sin idea,
sin un propósito a la vista.
Tenemos ideas, ideales, promesas, diversas
fórmulas acerca de lo que somos y lo que no somos. Esta es la base de
nuestra acción: recompensa en el futuro o temor al castigo. Tal actividad
es aisladora, nos encierra en nosotros mismos. Tenemos una idea de la
virtud, y de acuerdo con esa idea vivimos, es decir, actuamos en la
relación. En otros términos, para nosotros la relación colectiva o
individual es acción hacia un ideal, hacia la virtud, hacia el propio
logro, colectivo o individual, y lo demás.
Cuando mi acción se basa en un ideal ‑que
es idea- esa idea plasma mi acción, guía mi acción; ideas tales como “debo
ser valiente”, “debo seguir el ejemplo”, “debo ser caritativo”, “debo
tener conciencia social”, y lo demás. Todos decimos “hay un ejemplo de
virtud que debo seguir”, lo cual una vez más significa “debo vivir de
acuerdo con eso”. La acción, pues, se basa en esa idea. Sin embargo, entre
acción e idea hay un intervalo, un proceso de tiempo, una separación. Es
decir, “no soy caritativo, no soy amoroso, no hay clemencia en mi corazón;
pero, en mi sentir, debo ser caritativo”. Hay un intervalo entre lo que yo
soy y lo que yo debiera ser, y todo el tiempo tratamos de tender un puente
entre lo que yo soy y lo que debiera ser. Esa es nuestra actividad.
Ahora bien, si la idea no existiese, de
golpe habríamos suprimido el intervalo, la separación. Seríamos lo que
somos. Decimos “soy feo, debo volverme bello”; ¿qué habré de hacer?, lo
cual es acción basada en una idea. Decimos “no soy compasivo, debo llegar
a serlo”. Introducimos, pues, la idea, separada de la acción. Por lo tanto
nunca hay verdadera acción de lo que somos, y sí acción basada en el ideal
de lo que seremos. El hombre estúpido dice siempre que habrá de volverse
inteligente. Se sienta y trabaja, lucha por “llegar a ser”; nunca se
detiene, nunca dice “soy estúpido”. Así, pues, su acción basada en una
idea no es acción en absoluto.
La acción significa hacer, moverse. Pero
cuando tenemos ideas, sólo actúa la ideación, el proceso de pensamiento
con relación a la acción. Si no hay ideas nosotros somos lo que somos
Somos faltos de benevolencia,
somos inclementes, somos crueles, estúpidos, irreflexivos, y debemos
quedarnos con eso. Si lo hacemos, veremos entonces qué sucede. Cuando
reconozco que no soy caritativo, que soy estúpido, al darme cuenta de que
ello es así, surge la caridad, la inteligencia. Cuando yo reconozco por
completo la falta de caridad, no verbalmente, ni artificialmente, cuando
me doy cuenta de que no soy caritativo y no soy afectuoso, en ese mismo
hecho, de ver “lo que soy”, hay amor. Me vuelvo instantáneamente
caritativo.
Si yo veo la necesidad de estar
limpio, es muy sencillo: voy y me lavo. Pero si es un ideal, eso de que yo
debiera ser limpio, lo que ocurre entonces es que la limpieza es muy
superficial, o se pospone. La acción basada en ideas es muy superficial.
Ella no es en absoluto verdadera acción sino mera ideación, es tan sólo un
proceso de pensamiento que prosigue. Pero la acción que transforma a los
seres humanos, que trae regeneración, redención, transformación
‑llamémoslo como queramos-, tal acción no se basa en ideas. Es acción que
prescinde de lo que le sigue, sea recompensa o castigo. Tal acción
es atemporal, porque la mente no interviene en ella; y la mente es proceso
de tiempo, proceso de cálculo, proceso de división, proceso de
aislamiento.
Esta cuestión no se resuelve tan
fácilmente. La mayoría de nosotros hace preguntas y espera por respuesta
“sí” o “no”. Es fácil hacerse preguntas y contentarse con leer o
escuchar respuestas. Pero mucho más arduo es descubrir la respuesta
nosotros mismos, penetrar tan profunda y claramente en el problema, tan
sin corrupción, que el problema cese. Y eso tan sólo puede suceder cuando
la mente está realmente silenciosa frente al problema. El problema es tan
hermoso como una puesta de sol, si amamos el problema. Si somos
antagonistas del problema, jamás comprenderemos. La mayoría de nosotros
somos antagonistas porque estamos asustados del resultado, de lo que puede
ocurrir si proseguimos, de suerte que perdemos la significación y alcance
del problema.