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EL
ACCESO AL CONOCIMIENTO
A medida que una persona acceda a más conocimiento, con tanta mayor
severidad será juzgada por la Ley de la Vida si no viviera espiritualmente.
Todos debemos responder por el uso que hemos hecho del conocimiento al que
hemos accedido.
Para vivir espiritualmente se necesita conocer. Pero también se debe vivir
espiritualmente para tener abiertas las puertas del conocimiento superior.
El conocimiento superior es aquel conocimiento del que todavía no somos
conscientes, pero que si estuviéramos capacitados para asimilarlo y
accediéramos a él nos permitiría obrar con una idoneidad que ahora nos
resulta imposible. En este sentido, sólo a la persona que se encuentre
preparada se le abrirán los caminos del conocimiento.
Parece, a simple vista, que se necesita cumplir ciertas condiciones para
vivir la vida espiritual, y hay quien cree que es cumpliendo estas
condiciones como se entra en el sendero de la espiritualidad. Pero no es el
cumplir las condiciones lo que hace a la persona espiritual, pues estas
mismas condiciones se cumplen únicamente como resultado de vivir una vida
espiritual. No, no existen, en realidad, condiciones para vivir
espiritualmente, pues la espiritualidad es, sencillamente, ser conscientes y
obrar adecuadamente. Pero sí es verdad que de la espiritualidad surge el
cumplimiento de ciertas leyes. Vivir espiritualmente significa que se
cumplen una serie de condiciones que no se establecen por arbitrariedad,
sino que resultan de la propia naturaleza de la vida.
Quien no quiera o no pueda cumplir las severas condiciones que supone vivir
espiritualmente tendrá, por el momento, que renunciar al conocimiento. Es
verdad que las condiciones del camino espiritual son severas, pero no duras,
pues su observancia debe ser un acto de libre decisión. Para quien no lo
tenga en cuenta, las exigencias de vida espiritual fácilmente pueden parecer
como que ejercieran una coerción sobre el alma o la consciencia.
Si alguien quisiera conocer pero quedarse con sus emociones, sentimientos e
ideas habituales, pediría algo totalmente imposible, porque no buscaría otra
cosa que la satisfacción de su curiosidad y su deseo de saber algo nuevo.
Pero con tal actitud nunca se puede adquirir el conocimiento superior.
La Vida no exige el pleno cumplimiento de ninguna condición, sino únicamente
la intención de vivir una vida espiritual y la realización del trabajo que
ello supone. Ninguno de nosotros puede cumplirlas íntegramente, pero todos
podemos ponernos en camino con el fin de conseguirlo. Sólo se requiere la
voluntad con una firme actitud interior.
La primera condición, que como todas las demás condiciones se cumple con el
hecho de vivir espiritualmente, es estar atento en mantener y favorecer el
buen estado de la salud corporal y espiritual. Es obvio que la salud no
depende, inicialmente, del individuo; pero está al alcance de todos el hacer
todo lo posible en su favor. Sólo de un hombre o mujer sanos puede nacer un
conocimiento sano. El conocimiento no rechazará a una persona que no esté
sana, pero le exige que tenga la voluntad de vivir sanamente.
A este respecto, el ser humano debe alcanzar la mayor independencia. Los
buenos consejos de los demás son, por lo general, enteramente superfluos;
cada uno debe esforzarse en hacer lo apropiado por sí mismo. Desde el punto
de vista físico, más que de otro plano, tratará de alejarse las influencias
nocivas. Ciertamente, muchas veces, para cumplir con los propios deberes, se
tienen que hacer cosas que no favorecen nuestra salud. El ser humano debe
saber, en el caso dado, anteponer el deber al cuidado de la salud. Pero a
muchas cosas puede renunciarse con algo de buena voluntad. El deber debe
colocarse, en muchos casos, por encima de la salud y aún de la vida; pero la
persona espiritual nunca hará lo mismo con el goce. El goce será para él
únicamente el medio para conservar la salud y la vida. Y a este respecto, es
indispensable ser absolutamente sincero y veraz consigo mismo. De nada sirve
llevar una vida ascética si esto responde a móviles semejantes al de otros
goces. Uno puede sentir satisfacción en el ascetismo como a otro le gusta
tomar vino, pero no podrá esperar que tal ascetismo le sirva para obtener el
conocimiento superior.
Se debe hacer todo cuanto sea compatible con la situación en que uno se
encuentre para favorecer la salud del cuerpo y del alma. El pensar con calma
y claridad y el certero sentir forman aquí la base de todo. Uno debe hacer
suyo un sano criterio para todas las situaciones de la vida; en tranquilidad
debe recibir las impresiones de las cosas y dejar que ellas le digan lo que
son. La voluntad será la de responder adecuadamente, en todo momento, a lo
que la Vida pueda exigir.
La segunda condición consiste en sentirse como miembro integrante de la Vida
entera. Su cumplimiento abarca mucho, pero cada uno sólo puede realizarlo a
su propia manera. Partiendo de la actitud interior de intentar comprender la
razón de que todo lo que sucede va cambiando el modo de pensar de las
personas, tanto en las cosas más pequeñas como en las más importantes. Con
esta actitud nos alejamos de formular juicios, pues llegamos a conocer el
motivo que subyace a toda situación, y nos situamos a un paso de comprender
en profundidad la realidad de la Unidad, de que no somos sino miembros
integrantes de la humanidad entera, y que compartimos la responsabilidad por
todo lo que acontece.
Con esto no se quiere decir que tal pensamiento tenga que traducirse
inmediatamente en acciones externas agitadoras, pero debe reflexionarse y
así, lentamente, se perfilará una conducta cada vez más adecuada. Sería del
todo equivocado relacionar esta realidad, con alguna exigencia, menos aún de
carácter político. Será el discernimiento de cada cual el que le impulse a
obrar adecuadamente en sus propias circunstancias.
La persona evolucionada sabe que su verdadera esencia, la esencia del ser
humano, reside en su consciencia, que abarca lo interno y lo externo, y en
sus obras. Aquel que sólo se considere como resultado del mundo físico o de
sus propias emociones no podrá vivir espiritualmente, pues uno de los
fundamentos de la espiritualidad es la libertad para obrar. Quien tenga en
sí mismo tal sentimiento será capaz de distinguir entre la obligación que
dicta la consciencia y el deseo de éxito en el mundo exterior, y aprenderá
que nadie puede compararse con otro.
La persona espiritual ha de encontrar el justo medio entre lo que le imponen
las condiciones en las que se encuentra y lo que él mismo reconoce como lo
correcto para su proceder. No debe tratar de persuadir a los demás de cosas
para las que ellos no pueden tener la debida sensibilidad ni comprensión,
pero tampoco debe ceder a la tentación de amoldar su actuar a lo que ellos
puedan aprobar. El apoyo de su verdad lo debe encontrar únicamente en su
consciencia, en el estado de su propia alma sincera que anda el camino
espiritual.
Tiene que estar dispuesto a aprender de los demás todo cuanto le sea
posible, a fin de sondear lo que sea útil y beneficioso. De esta manera,
desarrollará en sí mismo algo así como una "balanza espiritual". En uno de
sus platillos se encuentra un corazón abierto a las necesidades del mundo y,
en el otro, la firmeza interior y la perseverancia inquebrantable que el
obrar adecuado requiere.
La quinta condición es la constancia en realizar toda decisión, una vez que
se la haya tomado. Nada debe inducir a la persona espiritual a abandonar una
decisión tomada, salvo la comprobación de que se había equivocado. Toda
decisión equivale a una fuerza que obra a su manera, aunque a simple vista
parezca que no produce los resultados esperados.
El éxito constituye el factor esencial únicamente cuando la acción surge de
una apetencia, de un deseo. Pero toda acción engendrada por la apetencia
carece de valor. El único factor determinante, que debe nacer de la
consciencia, ha de ser el amor que induce a la acción. En este amor debe
converger todo cuanto induzca al ser humano a obrar. De esta forma no cesará
en sus esfuerzos para realizar lo decidido, por numerosas que sean las
contrariedades, y no esperará a los efectos exteriores de sus acciones, pues
sencillamente encontrará como buena la acción misma. La persona espiritual
sacrifica, en beneficio de la humanidad, sus propias acciones y hasta su ser
entero, sin importarle cómo el mundo reciba su sacrificio. A tal sacrificio
debe estar dispuesto quien viva espiritualmente.
La sexta condición consiste en permitir los sentimientos de gratitud hacia
todo cuanto favorezca al ser humano. Deberemos ser conscientes de que
nuestra propia existencia nos es dada como obsequio del Universo entero.
Muchas cosas se necesitan para que cada uno reciba y viva su existencia, y
mucho debemos a la naturaleza y a nuestros semejantes. A pensamientos y a
sentimientos de esta índole se inclinan las personas que tienen la voluntad
de conocer. Quienes no sean capaces de abandonarse a ellos no podrán
permitir en sí mismos el amor universal necesario para conocer. Lo que no
amamos tampoco se nos puede revelar, y toda revelación ha de llenarnos de
gratitud, pues nos enriquece.
Todas estas condiciones deben aunarse en la séptima: considerar la vida, en
todo momento, según las exigencias de sus condiciones. Así como no basta con
que un cuadro exista en la mente del pintor para que tenga realidad
objetiva, tampoco puede haber conocimiento sin su aspecto exterior. La forma
no tiene realidad sin el espíritu pero, del mismo modo, éste permanecería
inactivo si no se creara una forma.
Cuando una persona cumple las condiciones señaladas significa que está
viviendo espiritualmente y que se le ofrece la fuerza y la calidad
necesarias para responder a las exigencias ulteriores que la Vida impone.
Sin haber cumplido estas condiciones vacilará ante todo nuevo requisito. Sin
ellas, no podría tener la suficiente confianza en la humanidad. Toda
voluntad de entrar en la verdad tiene que cimentarse en la espiritualidad,
en la confianza y en el verdadero amor a la humanidad, debe siempre fundarse
en estas cualidades. Si bien, únicamente pueden surgir de la consciencia y
de la propia fuerza del alma. Y ese amor hacia lo humano debe ir creciendo
hasta abarcar a todos los seres y a todo cuanto existe. Si la espiritualidad
de una persona no cumple con las condiciones señaladas no podrá sentir todo
el amor necesario para construir y para crear lo que la Vida exige, ni para
renunciar a la inclinación de destruir y de aniquilar.
Se debe ser una persona que, no solamente en actos, sino también en
palabras, sentimientos y pensamientos, nunca aniquile por aniquilar. Todo
cuanto nace, crece y se desarrolla, ha de causar alegría, y uno sólo se
prestará para aniquilar cuando también sea capaz de propiciar la generación
de nueva vida en base y por medio de la aniquilación. Esto no quiere decir
que la persona espiritual tolere que se extienda el mal, sino que ha de
buscar, incluso en el mal, los aspectos que le permitan transformarlo en
bien. Así se va comprendiendo, cada vez con mayor claridad, que la mejor
manera de combatir el mal y lo imperfecto es mediante la creación de lo
bueno y de lo perfecto. De la nada no se puede crear cosa alguna, pero lo
imperfecto puede transformarse en lo perfecto. El que permita en sí mismo la
inclinación a crear, mediante la consciencia y el conocimiento, no tardará
en adquirir la facultad de encontrar la correcta actitud frente al mal.
La persona que se decida a andar por el camino espiritual debe tener
presente que éste se propone construir y no destruir. Por tanto, debe
aportar la buena voluntad de llevar a cabo un trabajo sincero y abnegado y
de renunciar a la crítica y a la destrucción. Debe ser capaz de sentir
devoción, porque tendrá que aprender lo que aún no sabe, y mirar con
devoción lo que se le revele. Trabajo y devoción son los sentimientos
fundamentales que la vida espiritual le exige.
Muchos pensarán que no progresan en su desarrollo espiritual, a pesar, según
su opinión, de sus incesantes esfuerzos. Esto obedece a que no han captado
el sentido correcto del significado de trabajo y devoción. El trabajo que se
emprenda con miras al éxito será el que menos lo produzca, y el estudio que
no se haga con devoción será el que menos conduzca al progreso. Sólo el amor
al trabajo, y no el amor al éxito, lleva adelante, y si la persona busca el
sano pensar y el certero juicio no tendrá motivo para reducir su devoción
con dudas y desconfianza.
Devoción no significa dependencia servil en el juicio propio, no es
responder inmediatamente a lo que la Vida nos comunica con nuestra opinión
personal, sino obrar en actitud serena de devoción y abnegación. Los que han
llegado a cierto grado de conocimiento saben que todo lo deben al tranquilo
escuchar, y no a su obstinado criterio personal.
Hay que tener muy presente que no hace falta aprender lo que ya se es capaz
de juzgar. En consecuencia, si únicamente se desea juzgar ya no queda lugar
para aprender. Pero en la espiritualidad se trata precisamente de aprender,
y la persona espiritual debe estar enteramente dispuesta a aprender. Si hay
algo que no se comprende más vale abstenerse de juzgar, en vez de condenar,
y dejar la comprensión para más tarde. Cuanto más se ascienda a grados
superiores de conocimiento tanto más se necesita escuchar con calma y
devoción.
En la voluntad de conocer la verdad, en el vivir espiritualmente, siempre
surgen aspectos de la Vida más sutiles y delicados. Cuanto más se amplíen
las esferas del ser humano tanto más delicado se torna todo lo que tiene que
emprender. Por esta razón, la humanidad llega a "opiniones" y "puntos de
vista" tan diferentes en lo que atañe a la verdad, cuando en realidad hay
una sola Verdad. Para permitir la más alta posibilidad de la propia verdad,
para acercarse a la Verdad con mayúscula, es preciso haberse elevado, por el
trabajo y la devoción, a percibir realmente la propia verdad. El ser humano
se aleja de la Verdad si juzga las cosas sin la suficiente preparación,
según ideas, pensamientos e inclinaciones habituales.
Si se tomara esto en cuenta, a nadie le sorprenderían las condiciones de la
vida espiritual. Es absolutamente cierto que la Verdad y la vida superior
moran en cada alma humana, y que cada uno, por sí mismo, puede y debe
encontrarlas. Pero yacen en lo profundo y, sólo después de haber removido
los obstáculos, es posible extraerlas de sus recónditos lugares.
Cómo se logra esto sólo puede descubrirlo cada uno viviendo espiritualmente.
La espiritualidad no obliga a nadie a aceptar una verdad, ni establece
ningún dogma, sólo indica el sendero. Por ella, el ser humano lo recorre y
llega al punto en que coopera en los planos en los que se es consciente de
la verdad, se conoce y se trabaja por el bien y por la evolución de la Vida. |
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