EL CAMINO INICIÁTICO DE COMPOSTELA
Entrando
por el camino aragonés
En tierra
navarra
El trecho
carolingio
Camino del
Ebro
La ruta de
los constructores
El acceso a
los páramos
El imperio
de la muerte
El camino
leonés
Galicia
adentro
El
principio del fin
Aclaraciones sobre algunos puntos
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Peregrinar
a Compostela siguiendo el Camino de Santiago es mucho más que realizar una
excursión a los confines de la historia. Meta sagrada de culturas
precristianas, el Finis Térrea es el último eslabón en una larga cadena de
etapas repletas de claves esotéricas, representación de los distintos grados
de iniciación en ese viaje interior que es la vida.
La marcha peregrina al Lugar Sagrado formó parte, desde siempre, de una
querencia espiritual poderosísima, compartida por todos los pueblos. Hombres
y mujeres de las más diversas creencias supieron de lugares adonde había que
acudir al menos una vez en la vida para cumplir con un rito de paso,
imprescindible para entrar en contacto con la entidad trascendente –divina-
en la que todos sin excepción habían depositado sus esperanzas en el Más
Allá. Para unos, ese lugar era aquél en el que el dios de turno se ponía en
contacto con sus criaturas. Para otros, se trataba de un rincón que había
sido sacralizado por un prodigio sobrehumano que justificaba su fe y daba
sentido a sus esperanzas. Para la mayoría, se trataba de la tumba de un
profeta, de un dios o de un santo que, con la presencia de su cuerpo,
justificaba todas las devociones y confirmaba la verdad trascendente de las
convicciones que guiaban sus querencias espirituales.
La marcha al Fin del Mundo, siguiendo la ruta del Sol, fue un impulso
trascendente común a la mayor parte de los pueblos del Viejo Continente
desde la noche de los tiempos. En la historia más temprana, ese impulso se
manifestó en migraciones masivas de gentes que creyeron encontrar su
identidad y su razón de ser allá donde la Tierra terminaba y comenzaba el
enigma insondable de un mar tenebroso, desde el cual muchos creían que había
llegado, en un día remoto, la revelación de todos los misterios que el ser
humano necesita despejar para adquirir conciencia de su propia identidad.
El mundo cristiano, en su afán por construir una religión que se
distinguiera de todas las precedentes, instituyó oficialmente su meta
peregrina en Jerusalén, donde presuntamente había nacido el núcleo de su
doctrina, o en Roma, donde se asentó su máxima jerarquía en cuanto fue
reconocida oficialmente por el imperio romano. Sin embargo, pronto pudo
comprobar que buena parte de su feligresía, desoyendo su propaganda, seguía
con la mirada puesta en aquel lejano Finis Térrea que había constituido
desde mucho antes de la aparición del Cristianismo, la meta sagrada de sus
querencias arcanas. E, incapaz de borrar aquellos afanes de la conciencia de
su feligresía, prefirió hacerlos suyos y sacralizarlos de acuerdo con sus
propios parámetros. Imposibilitada de situar en aquel rincón perdido de
Occidente la tumba del Salvador, proclamó allí la presencia del que muchos
fieles tenían como su hermano gemelo, el Apóstol Santiago; inventaron un
imposible viaje evangélico que los escritos sagrados nunca pudieron
confirmar y fabricaron el milagro de la traslación de su cuerpo a través de
una aventura mítica por mar, para justificar la presencia del cuerpo santo
en los confines de Occidente.
Al pueblo le bastó con la creación de aquel mito. El antiguo peregrinaje a
los orígenes tomó nuevos vuelos, se hizo masivo y miles de peregrinos
comenzaron a cumplir con la vieja consigna ritual iniciática que en lo
profundo significaba, más allá de la mera visita al cuerpo santo depositado
donde el Sol se pierde en la noche, el viaje espiritual al encuentro de la
propia identidad, santificada por la doctrina.
Los monjes de Cluny, intentando poner orden en aquellos desplazamientos
multitudinarios, establecieron una especie de ruta oficial que controlase la
anárquica marcha de los fieles hacia el destino sagrado.. así fijaron lo que
hoy conocemos como Ruta Jacobea o Camino Francés, que trató de canalizar la
voluntad peregrina de aquellas multitudes de fieles que marchaban cada año
al encuentro de la tumba del Apóstol. Pero pronto se impuso el valor arcano
de una Tradición que se negaba a fenecer y, sin que la misma Iglesia lo
pudiera evitar, el Viejo Camino recuperó también sus valores originarios y
permitió entrever de nuevo el misterio del antiguo rito peregrino y rescatar
sus casi perdidos valores iniciáticos.
Aún hoy cabe descubrir el sentido originario de aquel largo rito de paso
que conmovió las conciencias de nuestros antepasados. Y, a pesar de la
desacralización de este mundo, volcado al consumo y a la civilización del
ocio, todavía es posible el reencuentro con la magia trascendente que
transmitieron a aquella ruta los miles de buscadores que la recorrieron,
dirigiéndose al encuentro de su propia identidad.

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