CÓMO SE ALCANZA EL CONOCIMIENTO
DE LOS MUNDOS SUPERIORES
El sendero de la veneración
El sentimiento
Quietud interior
La vida superior
La vida del alma
Los grados
de la iniciación
Las tres etapas de la iniciación
La etapa preparatoria
La iluminación
Dominio del Pensamiento y del Sentimiento
La iniciación
Aspectos
prácticos.
La paciencia
Sinceridad
El deseo
Los defectos
***
El tacto
La apacibilidad y la tranquila atención
Los preceptos
Las condiciones para el discipulado oculto
Las condiciones
Salud corporal y espiritual
Sentirse uno con la vida entera
La interioridad del ser humano
La constancia
La gratitud
La
exigencia de la vida
Cumplir las
condiciones
Avanzando hacia la
perfección
La sensatez
La rueda del corazón
La evolución moral: seis cualidades
La flor de loto de diez pétalos
La percepción extrasensorial
El cuerpo etéreo y las corrientes de energía
El verbo interior
Cuatro facultades
La enseñanza de los
iniciados
Las formas y los entes en las
dimensiones superiores
El nacimiento del hombre
superior
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En
todo ser humano duermen facultades que le permiten alcanzar conocimientos de
tres mundos superiores. Las personas espirituales siempre han hablado de un
mundo anímico y de un mundo espiritual, tan reales para ellos como el que
ven nuestros ojos físicos y tocan nuestras manos. Al escucharlos uno puede
pensar que estas experiencias también puede tenerlas si desarrolla ciertas
fuerzas que hasta ahora aún duermen en uno mismo. El problema consiste en
saber qué debe hacerse para desarrollar estas facultades latentes.
Para ello, sólo pueden dar las instrucciones quienes ya poseen tales fuerzas
actualizadas. Desde que existe el género humano ha existido siempre una
enseñanza mediante la cual los seres humanos dotados de facultades
superiores han dado sus indicaciones a quienes aspiraban a tenerlas. Esta
enseñanza se ha denominado enseñanza oculta, y la instrucción recibida ha
sido llamada instrucción de la ciencia oculta. Tal denominación provoca, por
su naturaleza, malentendidos: podría uno sentirse tentado a creer que los
que se dedican a esta enseñanza pretenden aparecer como una clase de seres
privilegiados, que arbitrariamente rehúsan comunicar su saber a sus
semejantes; quizá se llegue a pensar que tras de ese saber no hay nada
importante, pues uno podría pensar que si se tratara de un auténtico
conocimiento no habría necesidad de ocultarlo como un misterio, sino, al
contrario, se podría publicar para que la humanidad entera recibiese sus
beneficios.
Los iniciados en la naturaleza de la sabiduría oculta, de ninguna manera se
asombran de que los no iniciados piensen así, pues sólo pueden comprender en
qué consiste el misterio de la iniciación quienes, hasta cierto grado, hayan
recibido la iniciación en los misterios superiores de la existencia. Ahora
puede surgir la pregunta: si esto es así, ¿cómo puede el no iniciado tomar
interés humano alguno en la así llamada ciencia oculta? ¿Cómo y por qué
habría de buscar algo de cuya naturaleza no puede formarse ninguna idea?
Semejante pregunta se basa en una idea enteramente errónea de la verdadera
naturaleza del conocimiento oculto, pues en realidad el caso de la ciencia
oculta no es otro que el de todos los demás conocimientos y capacidades de
la humanidad.
Este saber oculto no es para la persona común un misterio que tenga otra
razón de ser como lo que es el saber escribir para quien no lo ha aprendido.
Y así como cualquier persona puede aprender a escribir, si emplea los
métodos adecuados, así también todo ser humano puede llegar a ser discípulo,
y hasta maestro de la ciencia oculta, si busca los caminos apropiados.
Sólo en un aspecto difieren aquí las condiciones que deben cumplirse del
saber y de las capacidades exteriores: puede que alguien, por su pobreza
material o por las condiciones culturales del ambiente en que nació, no
tenga la posibilidad de aprender a escribir; en cambio, para la adquisición
del saber y de las facultades de los mundos superiores, no hay obstáculo que
se oponga a quien los busque sinceramente.
Muchos creen que es necesario buscar en un lugar determinado a los maestros
del conocimiento superior para recibir sus instrucciones. Al respecto, dos
cosas son ciertas; la primera es que quien aspire seriamente al saber
superior no escatimará esfuerzo alguno ni retrocederá ante ningún obstáculo
para encontrar al iniciado que le inicie en los misterios superiores del
Universo. Por otra parte, el discípulo puede estar seguro de que la
iniciación llegará a él de todos modos, si tiene efectivamente el afán serio
y sincero de alcanzar el conocimiento.
Existe una ley natural entre todos los iniciados que les impone no denegar a
nadie el conocimiento que le corresponda merecidamente. Pero hay otra ley,
tan natural como la primera, que establece que a nadie se le debe entregar
la menor parte del conocimiento oculto, si carece de méritos para recibirlo.
Y el iniciado es tanto más perfecto cuanto más estrictamente observe estas
dos leyes.
El lazo espiritual que une a todos los iniciados no pertenece al mundo
exterior, pero esas dos leyes constituyen los broches que mantienen unidas
las partes de ese enlazamiento. Podrías vivir en íntima amistad con un
iniciado, pero siempre quedarías espiritualmente separado de su ser esencial
hasta que te convirtieras también en iniciado; podrías poseer todo su
corazón y afecto, pero no te confiaría sus conocimientos secretos hasta que
estuvieses maduro para recibirlos. Podrías congraciarte con él, torturarle;
nada le inducirá a revelarte cosa alguna cuando él sabe que no te lo debe
decir porque tu grado de evolución no te permite acoger en el alma, como es
debido, este secreto.
Minuciosamente precisados se hallan los caminos que el hombre debe recorrer
para adquirir la madurez que le permita recibir el conocimiento superior. El
derrotero que ha de seguir ha sido trazado con escritura indeleble, eterna,
en los mundos espirituales, donde los iniciados guardan los secretos
superiores. En los tiempos antiguos que precedieron a nuestra "historia",
los templos del Espíritu eran físicamente visibles. En nuestros días, por
haberse distanciado tanto nuestra vida de lo espiritual, estos templos no
existen en el mundo perceptible al ojo físico, si bien existen por doquiera
espiritualmente, y aquel que los busque podrá encontrarlos.
Sólo en su propia alma hallará el ser humano los medios para que se le abran
los labios de un iniciado; debe desarrollar en sí mismo determinadas
cualidades hasta cierto grado de elevación, para poder participar de los
sublimes tesoros del espíritu.
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